Los poetas han intentado describir Ankh-Morpork. Y no lo han logrado.La ciudad está tan llena de vida como un queso pasado en un día caluroso, que resulta tan llamativa con una maldición en una catedral, tan brillante como una capa de aceite, tan colorida como un cardenal y tan llena de actividad, industria, bullicio y de exhuberante concurrencia como un perro muerto tendido sobre un nido de termitas.
Había templos con las puertas abiertas de par en par que llenaban las calles con sonidos de gongs, címbalos y, en el caso de algunas de las religiones más conservadoras, los gritos de las víctimas. Había tiendas cuyas extrañas mercancías aparecían desparramadas en la calle. Había bengalas, y malabaristas, y vendedores variados de trascendencia instantánea.
Los Jardines del Curry, en la esquina de la calle del Dios con el callejón de la Sangre, estaban muy concurridos

